«El estilo de hablar elevadamente se diferencia de un modo especial del moderado, del cual acabamos de hablar, no tanto en que se engalana con adornos de voces, sino en cuanto que es vehemente por los afectos del alma. Ciertamente que admite casi todos aquellos adornos, pero si no los tiene, tampoco los busca. Ya que, llevado de su propio ímpetu, si le sale al encuentro la belleza de la expresión, la arrebata por la fuerza de las cosas, mas no la toma por el afán de adornarse. Le basta para el fin que persigue que las palabras convenientes no se escojan por industria del lenguaje, sino que emanen del ardor del corazón. Si un hombre valeroso se arma con espada dorada y guarnecida de perlas, cuando en el ardor de la lucha hace con aquella espada lo que hace, lo hace no porque sea preciosa, sino porque es espada; él es el mismo y tiene el mismo gran valor cuando por la ira hace dardo de lo que encuentra a mano.»
San Agustín, De Doctrina Christiana